Hay un cierto consenso en cuanto a que el infierno es una invención humana. En efecto, parece que el hombre tuvo los elementos necesarios para perpetrar el engendro: su experiencia en torturas, tormentos, tropelías, desmanes, maltrato y abusos le autorizan con todo derecho a ser dueño del copyright, perdón, de la “propiedad intelectual”.
Pero ¿y el cielo?