Esta es una cita sobre Zidane, no de Zidane.
Habla Marco Materazzi:
Yo le agarré de la camiseta y el me dijo: "Si quieres mi camiseta te la doy en el vestuario". Y yo le respondí con un insulto de los que tantas veces se escuchan en el campo de juego: "antes que tu camiseta, prefiero a tu hermana".
Un episodio de violencia que da para reflexionar largo y tendido.
La violencia verbal de Materazzi ante la frase irónica pero perfectamente pacífica de Zizou no es gratuita: busca desequilibrar al contrario haciéndole perder su eficacia deportiva. Y en último término, busca el premio gordo de la lotería: obtener una respuesta violenta y manifiesta del contrario que suponga su expulsión; es decir lo que ocurrió en este caso.
Pero este caso no queda ahí: trasciende a lo deportivo y permanece en el tiempo produciendo sucesivas ondas igual que una piedra al caer al lago Leman.
Muchos años después de la final del Mundial, el artista argelino Adel Abdessemed propone en la bienal ginebrina dedicada a esculturas de gran formato, una representación del cabezazo.
Y los ginebrinos no han quedado indiferentes.
Un primer ejemplo irónico: "¡que bella imagen de Ginebra… una ciudad que ensalza la violencia!"
Otro: "el arte idiota en todo su explendor."
Otro más: "feo, feo, horrible".
Un cuarto: "una vergüenza, eso no tiene cabida entre nosotros".
Para terminar: "es un mal ejemplo para los niños".
El comisario de la exposición se ve obligado a intervenir: "esta escultura representa el momento en el que Zidane está retirando ya su cabeza y empieza a ser consciente de la falta que ha cometido". Y continúa: "Los héroes son el espejo de todos nosotros y nos muestran también nuestras propias flaquezas; todos hemos incurrido en estas pérdidas de control". Desde luego el señor comisario tiene labia y sería un buen abogado defensor. Imaginemos que estamos en el siglo XXII y en este tipo de faltas se para el juego permitiendo a un abogado hacer la defensa del acusado, eso sí, en menos de 5 minutos. Pues este comisario, sería capaz de convencer a Horacio Elizondo de que el verdadero y único criminal era Marco y por tanto hubiera sido Italia la que quedara en inferioridad numérica.
La verdad es que Ginebra es una ciudad maravillosa. A un tiro de piedra del jardín ocupado por la estatua hay una playa de ensueño. Bueno, quizás el agua está un poco fría para el gusto mediterráneo. Y qué decir de las callejas que rodean la Catedral. Y cruzar el Puente de Carouge y pasear hasta la Iglesia de la Santa Cruz, en fin.
Y que decir de los ginebrinos, de su talante liberal, de cómo reciben al que llega allí con animo de integrarse en la cultura tolerante y activa de la ciudad.
Pero no debieran ser tan puntillosos con las estatuas de gran tamaño relacionadas con un caso de violencia deportiva. Al fin y al cabo ellos tienen otras estatuas descomunales y alguno de los hombres representados no es ajeno a la violencia.
Calvino llegó a Ginebra huyendo de una persecución injusta y fue acogido por la hospitalidad de los ginebrinos. Calvino es desde luego una de los grandes hombres de la cultura francesa y de la cultura europea. Pero lo vivido por él en Francia, viendo como sus amigos eran criminalmente tratados por los católicos, debió dejar unas heridas en su alma que derivaron en un carácter cruel e intolerante.
Cuando Servet cayó en sus manos, Juan Calvino no tuvo compasión de ninguna clase por el español; al contrario, se aseguro de que no escapara vivo de su alcance. Y como era usual en la época, a Miguel se le quemó con leña verde, para que gritara con tonalidades animales durante muchas horas: esos aullidos eran para aquellos tribunales inmisericordes la prueba de que el demonio había ocupado el cuerpo del infeliz; la prueba, por tanto, de que el juicio y la condena habían sido en perfecta justicia.
Por fortuna no todos los hombres que sufren lo que Juan Calvino sufrió en Francia derivan en una personalidad cruel y sin piedad. No sabemos lo que hubiera sido de Servet si hubiera escapado vivo de las manos de Calvino, pero cabe la posibilidad de que hubiera seguido siendo el hombre curioso y pacífico que fue hasta entonces.
Se puede afirmar con total seguridad, aunque sólo sea por simple lógica, que los ginebrinos que habían acogido a Calvino no estuvieron de acuerdo con esta ejecución vil y criminal. Pero Calvino era un hombre superior y dominó este desacuerdo latente de la sociedad ginebrina con sus actos despóticos; y muy posiblemente los ciudadanos honestos, pacíficos y trabajadores de la gran ciudad del Leman, optaron por mirar para otro lado y pasar página; nada para sentirse orgullosos, pero es seguro que no estuvieron de acuerdo con Calvino en este asunto.
Y luego lo pagaron caro porque los calvinistas impusieron esa tonalidad gris y antivital que les caracteriza. Pero aunque muy lentamente la ciudad fue recuperando el tono cultural, artístico, social y existencial que cualquier visitante del siglo XX reconocía al llegar. Aunque no cabe duda del papel que Voltaire jugó en esta regeneración de Ginebra, es preferible pensar en la actitud, en los pequeños pasos, de los ciudadanos de Ginebra a lo largo de los siglos como impulsores de la Ginebra optimista, racional y existencial que es hoy.
Pero conviene insistir en que no debieran ser tan puntillosos con cuestiones puntuales como la gran estatua del cabezazo de Zidane a Materazzi. No vaya a ser que alguien les recuerde que algunos de los criminales despóticos que han gobernado por el mundo, han tenido su dinero depositado en las, por otra parte, excelentes instituciones financieras de Ginebra.