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pitagoras Tresfonsitas

Adam Smith

Like the stewards of a rich man, they are apt to consider attention to small matters as not for their master's honour and very easily give themselves a dispensation from having it.

Con estas palabras de resonancias evangélicas se refería Adam Smith a los administradores de las sociedades anónimas. Y remachaba que la negligencia y la prodigalidad prevalecerían siempre en la conducta de estos gestores del dinero ajeno.

Ya en el siglo XX John Kenneth Galbraith señalaba que los directivos de las grandes corporaciones perseguían fines particulares diferentes a los de los accionistas. Según Galbraith, los gestores buscaban el crecimiento de las ventas porque de ese modo las compañías crecerían en tamaño, se producirían ascensos y los directivos se perpetuarían a si mismos.

Pero las cosas podían ser peor aún. Los directivos podían establecer mecanismos de remuneración que les convirtieran en hombres ricos, un instante antes de que el valor de la empresa quedara reducido a cenizas.

Ya en el siglo XXI, Paul Samuelson, denuncia las remuneraciones obscenas de los Administradores Supremos de las Grandes Corporaciones; y sus mentiras sobre las verdaderas ganancias de las empresas; y sus risotadas cuando fueron descubiertos.

Y también denuncia Samuelson que Bush eligió a Harvey Pitt para presidir la SEC (Comisión de Valores de la Bolsa), sólo porque era capaz de desmontar la regulación razonable existente.

Y denuncia Samuelson que las principales firmas auditoras estaban ideando medidas engañosas de la rentabilidad con el objetivo de mantener su parcela de negocio.

Y también denuncia Samuelson que los Administradores Supremos no tenían ni la más remota idea de lo que es la Ciencia de las Finanzas. Todo lo que creían saber, era que centros de beneficios, nuevos, maravillosos, libres de riesgos, estaban apareciendo por el horizonte. La alquimia, que prometía convertir el estiércol en oro, no era nada al lado de esto.

Y denuncia Samuelson, ¿dónde estaban el gobernador del Banco de Inglaterra, y los responsables del Banco Central Europeo y el Banco de Japón mientras se venía encima el desastre?

A los cientos de millones de ahorradores yanquis, australianos, japoneses o europeos, que carecen de los argumentos de Samuelson, o del poder analítico de Galbraith, o de la capacidad adivinatoria de Smith, sólo les queda el pavor: el pavor de contemplar como los zorros se han hecho los dueños del gallinero. La única solución factible pasa por que el Gobierno frene la influencia de los Administradores Supremos a través de regulaciones.

El precio a pagar por la intervención de los Gobiernos es conocido: estos se dedicarán a raer (no roer) los sudados ahorros de los ciudadanos; de cada moneda iran separando unas virutas con las que constituir el Tesoro del Estado, no siempre productivo.

En todo caso, esta solución será mejor que permitir que estos "nerones", autoconvencidos de ser los grandes poetas de la épica del dinero, terminen incendiando lo poco que vaya quedando de la casita de las gallinas.

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