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pitagoras Tresfonsitas

Laicismo

Escribía en su diario el futuro Juan XXIII en Estambul, en 1942: Los 2 grandes males que intoxican hoy al mundo son el laicismo y el nacionalismo. El primero es característico de los hombres de gobierno y los seglares. Al segundo contribuyen también los eclesiásticos.

Es clara la autocrítica del que iba a ser Papa en lo que se refiere al nacionalismo. E igualmente clara es su conciencia de no responsabilidad de la Iglesia en el punto del laicismo.

Roncalli sabe que a lo largo del siglo XIX el poder civil ha ido erosionando la posición central y determinante que la Iglesia ocupaba en los países católicos; más aún, ha podido ver, a lo largo del siglo XX, como esa tendencia se ha ido acentuando más y más y como la Iglesia va teniendo más y más trabas en la proclamación de su mensaje y en su labor social. Es natural por tanto su punto de vista: el laicismo es una agresión repetida y constante a la Iglesia por parte del mundo seglar en general, y de los hombres que gobiernan en particular.

Sin embargo, es posible otro enfoque: la pérdida de su posición dominante puede dar a la Iglesia una gran oportunidad para proclamar el Evangelio en una condiciones de mayor frescura y libertad, e incluso con mayor eficacia. De este modo el laicismo tendría una segunda lectura: va a permitir a la Iglesia entrar en un nuevo tiempo caracterizado por su independencia neta de los poderes fácticos.

Pero este segundo punto de vista no se alcanza sin un esfuerzo dirigido a reorientar los instrumentos de la inteligencia; sin desactivar nuestros hábitos mentales, sin poner de lado todo lo que ya creemos saber, es muy difícil que podamos ver algo diferente a la agresión que sufre el mundo clerical por parte del mundo civil.

Hemos oído muchas veces que Jesús, pudiendo nacer en un palacio, escogió venir al mundo en un pesebre y en el seno de una humilde familia. Pero también podríamos decir que Jesús eligió venir al mundo hace 2000 años pudiendo haber nacido en Nueva York en la segunda mitad del siglo XX. Esta posibilidad nos lleva a intentar sustituir los acontecimientos fácticos que la investigación histórica ha podido observar por una construcción contrafactual que llene el vacío mediante una narración imaginaria pero plausible.

¿Qué habría sucedido sin Jesús en el mundo religioso en el transcurso de los últimos 20 siglos?

¿Qué diferencias habría entre el Jesús de Nazareth y el de Nueva York?

Un profeta en tiempos de Augusto

Tenemos pues que Jesús no aparece en aquella primera época del Imperio Romano, con Augusto y Tiberio en el poder.

Y necesitamos llenar ese hueco de un modo mínimamente coherente. Pues bien, imaginemos que hubiera aparecido en Palestina, allá por los tiempos de Herodes el Grande y Herodes Antipas, un reformador religioso, un profeta del judaísmo; no es necesario que le demos un nombre.

Este hombre podría haber denunciado, como hizo Jesús, la moral formalista de los fariseos; habría protagonizado con éstos duros enfrentamientos en los que, defendiendo las leyes de Moisés punto por punto, habría puesto todo el énfasis en el cumplimiento basado en la intención que anida en el corazón humano. Actuando así, este hombre habríase comportado como un hombre de su tiempo, frente a las acartonadas mentalidades de los sacerdotes judíos.

Este reformador, como hombre de Dios, podría haber realizado milagros, sanado enfermos, devuelto la vista a los ciegos, liberado a los endemoniados o curado leprosos.

Este profeta, en fin, podría haber muerto en la cruz. Quizás este hombre podría haber sido considerado muy peligroso por Pilatos y Herodes Antipas, que habrían tomado la iniciativa y dado a los sacerdotes judíos la satisfacción de verse libres de un incómodo opositor sin necesidad de haberse puesto en evidencia.

Es posible que Judas Iscariote no se decepcionara con este hombre íntegro, y podemos imaginar que fuera incluso uno de los que colgara en la cruz junto a él, mientras eso sí, el resto de amigos y colaboradores se escondían en lo más profundo de sus casas o sus refugios.

Probablemente este profeta hubiera reaccionado como Jesús en las bodas de Caná ante la petición de ayuda de su madre; pero también es probable que se mantuviera en sus trece y que lejos de ceder como hizo el carpintero de Nazareth, abandonara indignado el convite dejando a los novios e invitados en la estacada. Seguramente la historia no nos hubiera hablado de ese milagro frustrado ni de la madre del profeta.

Con seguridad, este profeta no hubiera tenido entre sus seguidores cercanos un grupo de mujeres: no habría caminado junto a él María de Magdala; ni se hubiera dado la entrañable amistad de Jesús con las hermanas de Lázaro.

Por supuesto, a ninguna mujer, pecadora o no, se le hubiera ocurrido bañar los pies del reformador con lágrimas y perfumes carísimos.

Tampoco es posible concebir en nuestro hombre íntegro, nuestro rebelde ante la ortodoxia judía y ante el inmenso poder romano, una escena como la de Jesús y la samaritana.

¿Entonces, quién acudirá al sepulcro para descubrir que está vacío? ¿Y quién llamará al amigo del alma porque su hermano Lázaro se muere? Pensemos que la ausencia de estos personajes no plantea ningún problema: en efecto, nuestro profeta no va a resucitar como lo hizo Jesús; ni existirá tampoco el precedente de la resurrección de Lázaro.

La religión del Dios único

Los seguidores del profeta crucificado heredan su fuerza, se organizan y comienzan a propagar su mensaje. La nueva religión monoteísta va a vivir durante siglos una lucha terrible y sorda contra el Imperio romano. Pero al fin conocerán un triunfo completo: el imperio se rendirá ante el nuevo Dios único.

Es posible imaginar también luchas teológicas como las que vivió el cristianismo. Aunque no se diera el problema de la presencia en el debate del Hijo de Dios, podemos pensar que la definición de la naturaleza del Dios único no se conseguiría sin tremendos enfrentamientos entre la línea oficial y las diferentes heterodoxias.

Igualmente podemos pensar que la aparición del Islam traerá consigo guerras sucesivas contra los musulmanes. No parece difícil concebir episodios como los de las Cruzadas.

Es plausible pensar, así mismo, que el nuevo continente americano sería conquistado por la religión del Dios único.

Desgraciadamente, es de temer que la escisión entre católicos, protestantes y ortodoxos tuviera lugar. Y casi con certeza se puede apostar que las feroces guerras de religión asolaran Europa en los tiempos del emperador austro-español Carlos V.

Tampoco habría dificultad en concebir una guerra cruel entre los católicos croatas y los ortodoxos serbios en la Yugoeslavia de finales del siglo XX.

Y porque no admitir en el seno de esta religión imaginaria la presencia de grandes figuras como Ignacio de Loyola o Catalina de Siena.

Entonces ¿no habría diferencia alguna entre el Cristianismo que hemos conocido y esta religión alternativa del Dios único cuyo devenir hemos desarrollado de modo esquemático? Pues, por poner un pequeño ejemplo diferencial, una figura como la de Francisco, al menos con el lirismo del pobrecillo de Asís, es imposible de concebir sin el antecedente de la venida al mundo de Jesús.

Jesús de Nueva York

Abordemos ahora la imaginaria venida de Jesús al mundo en Nueva York y en la segunda mitad del pasado siglo XX.

Perfectamente podemos imaginar para él una madre amante, discreta y honesta, idéntica a la Virgen María. Y lo mismo un padre carpintero.

Al cumplir los 30 años Jesús asombra a los judíos de la sinagoga con su palabra fresca, con sus conocimientos profundos. Pero encuentra un rabino culto y tolerante y una comunidad que se alegra con la palabra del Hijo.

Sigue a Jesús un grupo grande de amigos: suelen ser más de 10 y menos de 15. Entre ellos predominan los judíos: uno de ellos, de nombre Juan, es el más próximo al hijo del carpintero. Pero también hay un musulmán, y un serbio ortodoxo, y un budista, y un puritano…

Hay entre ellos un muchacho que alegra el corazón de Jesús: es un católico de ascendencia italiana. Se llama Francesco y siempre está cantando y bailando, lo mismo en las casas que por las calles o en los cabarets. Suelta largas parrafadas en francés que la mayoría no entiende y que enfadan a alguno de los otros muchachos, pero callan cuando ven a Jesús reírse con ganas ante las ocurrencias del italiano. Los gatos callejeros adoran a Francesco.

En un viaje que hace Jesús con 5 o 6 amigos a la Costa Oeste de los Estados Unidos, un día ven con horror a Francesco hablando con un lobo enorme, pero se tranquilizan admirados al observar como la fiera baila alegremente con el italiano o se deja acariciar como un gato mimoso.

En ese viaje, encontrándose en Arizona, Jesús pide de beber a una joven navajo. Asombrada y esquiva la muchacha contesta con evasivas y trata de evitar al joven judío. Pero unas pocas palabras del Hijo de Dios la cautivan. Ella lleva a Jesús con las gentes de su comunidad y convive unos pocos días con ellos y ellos creen en su palabra.

Al volver Jesús de ese viaje tiene que ir con sus padres a una boda de una familia portorriqueña amiga. Ante la falta de bebida y ante la tristeza de su madre, el hijo del carpintero realiza el prodigio de transformar el agua en vino.

Tiene Jesús una amistad sincera y entrañable con 3 hermanos negros: Marta, María y Lázaro. Con ocasión de un pequeño viaje de Jesús, Lázaro cae enfermo de gravedad y reclama la presencia de su joven amigo judío. Las hermanas intentan por todos los medios contactar con Jesús, pero a los pocos día Lázaro muere sin el consuelo de las palabras de su amigo. Cuando por fin llega Jesús sólo encuentra en la casa a una de las hermanas, que le informa y le conduce hasta el lugar en que la otra hermana y otras 3 personas velan el cadáver.

Ante los restos de su amigo, y dominado por la angustia, Jesús pronuncia las divinas palabras: "Lázaro, levántate y anda". Y así sucede: el joven judío y los 3 hermanos vuelven a la casa, los 4 envueltos en un silencio emocionado.

Pero este suceso no se resuelve sin más; se abre una investigación médica y con ella un rosario de preguntas, posibles explicaciones y nuevas interrogantes. Pero, al fin, la eficacia médica se impone y establecen una complicada justificación científica para el suceso.

El rabino, por su parte, está muy preocupado: le han llegado noticias del suceso de la boda portorriqueña, y unos extraños rumores sobre un niño paralítico que se ha transformado prodigiosamente en un jugador de beisbol muy prometedor. Y ahora el asunto de Lázaro. Llama a Jesús y tras una conversación no demasiado larga es tranquilizado por el joven. Al despedirse, Jesús le toma de las manos y le dice: "Yo no he venido a separar, he venido a unir".

Por esos días la Madre de Jesús anda atareada con una vecina amiga suya: una hija de ésta las tiene ocupadas. Es una joven morena, de pelo azabache y ojos negrísimos. Su belleza ha hecho que ruede de un hombre poderoso a otro: un productor de cine, un gobernador, varios congresistas… Parece que, una vez se han servido de ella, ha sido dada al olvido. Al principio ha gritado y llorado sin consuelo; ahora lleva ya varias semanas sumida en un silencio absoluto. No quiere salir a la calle, no quiere comer, no quiere escuchar música; diríamos que no quiere vivir. También se llama María, pero la conocen como la Mejicana.

La Madre de Jesús consigue que vaya a una fiesta que dan los amigos de su hijo. Jesús lleva un rato sentado en una incomoda silla de madera. En un momento la Mejicana se acerca y se sienta en el suelo, junto a Él. Más tarde apoya la cabeza en las rodillas de Jesús. La larguísima melena negra cubre el rostro de María. Sin un gemido, las lágrimas comienzan a brotar de los ojos de la Mejicana, mojando su propio pelo, los vaqueros del joven, sus zapatillas deportivas e incluso los pies de Jesús; al mismo tiempo, un perfume de jazmines sube hasta la cabeza del muchacho judío. Así pasan muchas horas.

En cuanto a la muerte de Jesús podemos concebir un suceso absurdo, inexplicable. Una noche, el grupo de amigos sale de una fiesta. Delante van Juan y una de las hermanas de Lázaro, andando sin ninguna prisa. Tropiezan con otro joven y parece que hay un principio de pelea; al principio Juan también grita y empuja, pero enseguida cede y procura calmar al otro. En ese momento Jesús ve como otros 3 muchachos, uno de ellos armado con un cuchillo, buscan la espalda de Juan; se interpone y abre los brazos en cruz, en señal de paz. El cuchillo entra por su costado en un golpe brutal; cae al suelo herido de muerte y sus ojos abiertos contemplan calmados a sus asesinos; aquellas fieras comienzan a patear sus pies y sus manos hasta hacerlos papilla; al darse cuenta de que está muerto salen huyendo.

Puede parecer que esta muerte es menos lógica que la muerte histórica del Nazareno. Pero, ¿qué lógica se puede encontrar en la indiferencia criminal de Pilatos y Herodes? ¿Qué lógica en la envidia insana de los sumos sacerdotes que derivará en el odio ciego primero y por fin en el fanatismo asesino?

A los pocos días, los amigos de Jesús van a una playa larguísima, abierta al Océano. Aunque no todos por igual, parece que van superando la muerte del amigo. Han estado toda la mañana jugando y bañándose. Ahora se han sentado a comer y María la Mejicana está repartiendo la comida. Está contenta, y como todo el tiempo desde su muerte, recordando a Jesús. Van pasando por su mente, una y otra vez, las palabras de Él; ahora, mientras mastica un trozo pequeño de pan, recuerda como le decía:

"María, hablen otros de la infinita sabiduría de Dios; hablen de su infinito poder; yo he venido a hablar de la infinita Misericordia de mi Padre".

Y entonces María le ve venir paseando por la playa; aún está lejos, a más de un kilómetro, pero su andar es inconfundible; poco a poco el resto del grupo también le ve. Cuando miran de cerca sus pies destrozados no entienden su andar ligero y fácil. Saluda a todos con naturalidad, pero brevemente. Se sienta con ellos a comer un trozo de pan untado con queso; y también les sorprende ver manejar sus manos deformes con habilidad y ligereza.

Por la tarde, están jugando a la pelota y Jesús se quita la camisa; todos miran asombrados la enorme cuchillada en su costado.

Más tarde Jesús ayuda a la Mejicana a repartir la comida que aún queda. En un momento el joven resucitado se queda mirando una bandada de pajarillos que revolotean en el acantilado:

"Ni uno de esos pequeñuelos -dice- cae al suelo sin saberlo mi padre".

Luego se va hacia el agua; va adentrándose en el mar y sus vaqueros se mojan unos pocos centímetros; sigue caminando y todos le miran sin sorprenderse de que no se hunda en las aguas del océano; poco a poco se aleja, se empequeñece y se desdibuja, y al fin desaparece. A ellos les ha parecido un instante, pero ha transcurrido una hora.

En los años que siguen el pequeño grupo trabaja sin cesar extendiendo el mensaje de que Jesús ha pasado por esta tierra. Entre los primeros que se integran en este mundo naciente figura el rabino de la sinagoga a la que acudía Jesús; él va escuchando y anotando de sus amigos las palabras que pronunció el hijo del carpintero y las devuelve dotándolas de un nuevo sentido.

Francesco viaja a Europa para conta la Buena Nueva. María recorre América; la otra María, la Mejicana, va al Congo; Juan se dirige a la China. Las noticias que llegan hablan de cosas singulares: en Congo una niña ciega ha recuperado la vista; en Bolivia una anciana enferma ha recuperado la vitalidad y es una de las propagandistas más activas en la difusión del mensaje… Pero sobre todo, la Buena Nueva echa raíces y se expande con la velocidad de un incendio voraz.

Conclusión

Este cuento sobre la venida de Jesús a esta tierra en pleno siglo XX tenía un objetivo: desactivar el enfoque habitual sobre la agresión que sufre la Iglesia por parte de los poderes públicos.

En primer lugar, creo que deberíamos contemplar el proceso de siglos por el que la Iglesia va siendo apartada de las posiciones centrales de la sociedad, como algo continuo e irreversible.

En segundo lugar, y sobre todo, este proceso debe verse como una oportunidad para que la Iglesia propague el mensaje del Salvador con libertad, con total independencia de las ideologías dominantes en los países en los que actúa.

Y, volviendo al comentario de Juan XXIII sobre los 2 males que intoxican el mundo, podríamos afirmar que en una Iglesia independiente de los hombres de gobierno no tendrían cabida eclesiásticos que contribuyeran al nacionalismo.

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