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pitagoras Tresfonsitas

Baldomero Espartero

Mejor sería conocer aquella felonía como de la “Traición de Bergara” entre los generales “ayacuchos” Baldomero Fernández Espartero (conde de Luchana y posteriormente regente de España) y Maroto. Bueno pues este sinvergüenza tenía toda una calle en el centro Bilbao.

El 25 de agosto de 1978, falleció en Aiegi (Navarra), D. Juan de Ajuriaguerra. En 1979, exactamente un año después y tras las elecciones de marzo, el alcalde del PNV, Jon Castañares, por decreto de alcaldía, le quitó a un enemigo del pueblo vasco su calle y se la dedicó a D. Juan de Ajuriaguerra.

Son estas unas palabras, no de Espartero, sino sobre Espartero. Y también sobre Juan Ajuriaguerra. Las ha escrito Iñaki Anasagasti.

Anasagasti se refiere al fin de la Primera guerra carlista (1839), saldada con el Acuerdo de Vergara. El acuerdo se sustenta en el respeto a los Fueros por parte del bando liberal, aunque la facción "constitucionalista" no comparte esta posición, siendo por el contrario partidaria de su abolición. En el bando carlista se han inclinado por el pacto los soldados y oficiales en virtud precisamente de la promesa de respeto a los Fueros, pero se han quedado fuera el Pretendiente y su camarilla de escribas y sacerdotes.

Sin embargo, el acuerdo es frágil, y en realidad se basa sobre todo en la promesa de un general, don Baldomero Espartero.

El desprestigio de la Regente, la reina madre doña Cristina, conduce a su sustitución por Espartero en 1841. La reina Isabel II tiene 10 años todavía.

Pero de modo muy rápido surge el descontento con el nuevo Regente que se concreta en un Alzamiento protagonizado por los militares Leopoldo O'Donnell, Manuel de la Concha y Diego de León, y cuya cabeza visible es el marino don Manuel Montes de Oca.

El Regente reacciona con la máxima dureza y fusila a Montes de Oca y Diego de León; O'Donnell y Manuel de la Concha se le han escapado.

Además, Espartero decreta lo que es en la práctica la abolición de los Fueros Vascongados.

Debemos suponer que estos hechos, la promesa de Espartero en 1839 de preservar los Fueros y su incumplimiento en 1841, están detrás o debajo, de los calificativos que Anasagasti dedica al general manchego.

La batalla de Luchana

Ahora bien, explicadas las razones de Anasagasti para su juicio durísimo contra Espartero, podríamos preguntarnos porqué este general tenía una calle en Bilbao.

Y deberíamos preguntarnos porqué sigue habiendo en Bilbao una calle dedicada a Luchana; y porqué hay una calle con ese nombre en La Coruña o en Madrid; y porqué había hasta hace poco una calle Luchana en la ciudad de Barcelona.

La respuesta la encontramos en 1836: Bilbao está sitiada por el ejército carlista.

El bloqueo es absoluto: un puente tendido por los sitiadores desde Deusto a Olaveaga cierra la ría del Nervión por completo.

El ejercito liberal está en Portugalete, en la margen izquierda de la ría. Los soldados están hambrientos, y lo que es aún peor, muchos de ellos están descalzos.

Espartero escribe a su esposa, doña Jacinta Sicilia: "Empeña tu palabra, la mía, la de los amigos; empeña tus alhajas y hasta el piano; reúne todo el dinero que puedas, y mándamelo en oro". La rápida respuesta de doña Jacinta permitió al general comprar zapatos y dar de comer a sus hombres.

La clave de la situación militar está en el puente de Luchana sobre el río Asúa, en la margen derecha de la ría.

Los carlistas han destruido el centro del puente y tienen tres fortines en las alturas próximas: la más cercana está en Monte Cabras, un poco por encima de la cota de los 100 metros de altitud; algo más alejadas están Monte San Pablo y Banderas, las dos por encima de la cota de 200 metros.

El 24 de diciembre los soldados liberales ocupan la orilla derecha del Asúa, frente al puente inutilizado. Desde el otro lado de la ría, desde la margen izquierda, empiezan a llegar barcas cargadas de más soldados de Espartero.

Consiguen rehacer el ojo central del puente y lo cruzan. Los carlistas esperan en sus posiciones de las alturas.

Espartero está en cama con una fuerte cistitis: tiene fiebre y para eliminar la orina le han colocado una sonda. Escucha los tiros de fusil, los cañonazos y la terrible furia de las granizadas que alternan con la nieve.

No puede resistir la tensión nerviosa y se presenta en el campo de batalla.

Los generales de Isabel II están muy ocupados consolidando las posiciones conseguidas al otro lado del puente cuando sus soldados, de modo imprevisto, parece que un corneta ha confundido la melodía, se lanzan monte arriba.

La intuición de Espartero le hace montar a caballo y ponerse al frente de sus hombres. Y ya los tenemos en posesión del fortín del monte San Pablo. El general se sorprende al notar que las molestias de su vejiga casi han desaparecido con el sofocón.

Todavía queda el escollo más duro: el Banderas. Pero ya no es posible parar el impulso de los soldados liberales y los carlistas tienen que desalojar Banderas: unos se desbandan hacia un lado, hacia el valle de Asúa; otros bajan a Deusto y cruzan a Olaveaga por el puente de barcas que todavía controlan.

Los bilbaínos pueden celebrar el día de Navidad en plena libertad.

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