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pitagoras Tresfonsitas

Francisco de Borja

En esta deliberación yo me inclinaba, si tengo de decir verdad a Vuestra Majestad, a entrar en la religión de San Francisco, así por la antigua devoción de mis padres como porque yo desde mi niñez me crié en ella y siempre me agradó la pobreza, humildad y menosprecio del mundo, que profesa esta religión. Pero como los consejos y caminos de Dios son tan diferentes de los nuestros, certifico a Vuestra Majestad que todas las veces que me iba a determinar en esto, sentía en mi corazón una sequedad y desconsuelo tan grande, que me causaba grande admiración, porque no acababa de entender cómo deseando tanto mi alma una cosa tan santa y que a mi ver me estaba tan bien, la misma alma hallaba dentro de sí tantos desvíos y embarazos en la determinación y ejecución de ella, que la hacían no querer lo que quería, ni poner por obra lo que deseaba.

Estas palabras de Francisco de Borja son respuesta a una pregunta del Emperador Carlos V, ya en su retiro de Yuste. El Emperador se extrañaba de que Francisco hubiera entrado en la Compañía de Jesús, grupo de jóvenes no muy bien vistos en la época

Como se ha podido leer, el de Borja explica a Carlos como razonablemente se inclinaba a profesar en la Orden Franciscana, y ello porque se había criado en la devoción al santo de Asís, y porque le agradaba su regla de vida basada en la humildad. Así mismo, Francisco explica al Emperador como esta inclinación de su alma, al decidirse a ejecutarla, provocaba en esa misma alma un gran desconsuelo.

Varios siglos después, y cuando la Ciencia de la mente humana ha progresado tanto, asombra que Francisco de Borja reconociera con claridad en su interior, los dos polos del dilema que le agobiaba: su inclinación razonable por la Orden franciscana, de un lado; la atracción irresistible, del otro, por la aventura de Ignacio de Loyola.

Otra cosa es juzgar el acierto de la opción tomada por el santo valenciano. Habría que concluír que en una parte la decisión fue atinada: en efecto, aquel grupo de jovenes alcanzó a convertirse en una de las ramas más sólidas de la iglesia Católica.

Sin embargo, cuando uno ve, en nuestros días, esos frailes gordos o flacos, jovenes o viejos, en Belén de Judá o en Aránzazu o en Liébana, pero siempre y en todo lugar emulando al pobrecillo de Asís, uno se pregunta: ¿qué habría aportado al Cristianismo el de Borja, si su energía y sus capacidades se hubieran aplicado en el seno de la Orden Franciscana?

Las explicaciones las realizaba Francisco arrodillado ante el Emperador. Puede sorprender esta humillación del valenciano. Al fin y al cabo si Carlos era nieto de Fernando el Católico, Francisco era bisnieto del rey aragonés. Y si Carlos era nieto de Isabel la Católica, Francisco era bisnieto del Papa Alejandro VI. Pero claro, la enorme diferencia estaba en que el de Borja venía por línea bastarda.

Hoy en día sin embargo, muchos preferiríamos al sobrino de Cesar y Lucrecia Borgia, antes que al pomposo hijo de Doña Juana la Loca.

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