Según el filósofo y biólogo Francisco Ayala, nuestra mandíbula está mal diseñada: no es suficientemente grande para dar cabida a todos los dientes. De aquí se sigue, según él, lo absurdo de la Teoría del Diseño inteligente: en efecto, de ser cierta tal teoría estaríamos ante un Dios incompetente.
No me parece justa la calificación del diseño humano como incorrecto por la escasa capacidad de la mandíbula. Entiendo que el diseño de cualquier artefacto se fundamenta en el objetivo al que esté destinado. Si a un modisto le encargamos un vestido querrá saber si es para una cena o para dar un paseo por el monte; si se va a usar en Alaska o en Panamá.... Si, por ejemplo, el vestido es para una fiesta en Panamá, el modisto encontrará en esta circunstancia una gran ventaja: al ser innecesario que el vestido proteja del frío, se podrán usar materiales y formas extremadamente ligeros.
El autor del libro de Job, cuando nos quiere describir las maravillas del mundo animal, se fija, como es natural, en la especialización de tal o cual bestia: el avestruz destaca por su capacidad para la carrera, pero se nos dice expresamente que Dios no le dotó de inteligencia.
Desde luego, no tiene que ser fácil intervenir en medio de las complicaciones de un debate como este: pero, ¿no sería lo más pertinente, en contra de los partidarios de enseñar el Diseño inteligente como Ciencia, alegar que esta teoría no puede ser científica en la medida en la que no es posible preparar un experimento que permita establecer su eventual falsedad? Así por ejemplo, la afirmación de que el avestruz es una gran corredora permite el establecimiento de una prueba que establezca su falsedad; lo mismo se puede decir de la afirmación de que es un ave de escasa inteligencia; sin embargo, no existe experimento alguno que falsee la afirmación de que Dios no dotó de inteligencia al avestruz.