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Enrique III de Navarra y IV de Francia

Enrique de Borbón, es decir Enrique III de Navarra, es, a la muerte de Enrique de Valois, o Enrique III de Francia, el 2 de agosto de 1589, el heredero de la corona francesa, con el nombre de Enrique IV.

Pero no consigue ocupar el trono ante la resistencia de los católicos, y el 25 de julio de 1593 abandona sus creencias protestantes conviertiéndose al catolicismo, para así acceder al poder en París.

En ese momento se le atribuye la frase: "Paris vaut bien une messe" (París bien vale una misa). Quería decir que le daba lo mismo ser hugonote o católico, siempre que se cumpliera el objetivo de conseguir sentarse en el trono de Francia.

Cuando su madre, la reina Juana, le educa en las creencias calvinistas, le está situando en el camino que ella entiende más le conviene para ejercer el poder como monarca navarro (entre los factores considerados por Juana para conformar su inclinación protestante, no está la fe de sus súbditos, mayoritariamente católicos).

Y cuando él, en 1593, profesa la fe católica, está eligiendo un camino diferente, el que más le conviene para ejercer como rey francés.

Ciertamente, cabe otra posibilidad: que Enrique, el hijo de Juana de Albret, siguiera siendo calvinista en su corazón, aunque travestido de católico. Esta es una opción razonable para las "personas normales" que se ven obligadas en la Europa del Siglo XVI a cambiar sus creencias: judíos y musulmanes en España, protestantes en Francia, católicos en Inglaterra…

Pero este no es el caso de las familias que reinan o aspiran a reinar en Europa: los Valois o los Borbones, los Tudor o los Estuardo, los Habsburgo… Para ellos el poder lo es todo: si no lo consiguen el perder su cabeza ante el hacha del verdugo es casi un consuelo….

Y Enrique de Borbón sencillamente actúa como un hombre razonable, o quizás habría que decir como un "monarca razonable".

Es cierto que Carlos de Habsburgo muere en Yuste convencido de que es un "católico incorruptible" (también se podría decir que era un fanático integral); pero si se hubiera visto en la disyuntiva del navarro Enrique de Borbón, se puede apostar a que habría sabido estar a la altura de un Habsburgo (quiere decirse que habría cambiado el catolicismo por la corona).

La flexibilidad del hijo de Juana de Navarra se puede ilustrar con otro ejemplo, eso sí, en un ámbito más anecdótico.

Según parece, Enrique era muy aficionado a los juramentos, siendo habitual en él la expresión "jarnidieu" (je renie Dieu). Su confesor, el jesuita Coton, le sugirió la posibilidad de cambiarla por "jarnicoton" (je renie Coton): dicho y hecho, el rey consiguió sin mayores problemas cambiar un juramento por otro.

Ahora, imaginemos a un campesino bearnés o navarro acostumbrado a la blasfemia como medio de comunicación con sus asnos: desde luego no sería nada fácil inducirle a cambiar su juramento favorito por una fórmula suavizada ideada por un cura ingenioso (incluso podríamos decir que sería imposible).

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