Esta es una cita de Jesús, pero no sobre Jesús.
Es más bien sobre Mateo y Juan, sobre Platón y Sócrates, sobre Proust y Françoise, sobre Riego y Fernando el séptimo.
Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas no pueden matar el alma….
Cuenta Proust, es decir el narrador de En busca del tiempo perdido, que la cocinera Françoise transmitía los recados a su abuela, la abuela del narrador se entiende, convencida de la fidelidad absoluta de tal transmisión.
Sin embargo, Proust mantenía dudas más que serias sobre tal fidelidad; más bien opinaba que cualquier parecido entre el original y la copia eran pura casualidad.
Y usa como términos de comparación al evangelista Juan y a Jesús; o a Platón y Sócrates.
Parece que Proust tampoco se fiaba mucho de la fidelidad del pensador griego hacia su maestro; ni del apostol hacia el carpintero de Nazaret.
Pero la verdad es que esta cita de Mateo, que no de Juan, si que parece plausible en un maestro que intenta motivar a sus discípulos ante las adversidades que anticipa van a sufrir.
A lo largo de la historia de la humanidad los gobernantes, los hombres ricos, los jueces, han tenido el poder de matar los cuerpos.
Otra cosa es matar al antónimo, a lo que conocemos como el alma.
Eso es harina de otro costal; pero intentarlo lo han intentado.
En la larga fila de reyes de España hay de todo como es natural, pero hay un monstruo singular cuya desviación sobre otros individuos de su familia es notoria.
Es más fácil encontrar semejanzas a Fernando el séptimo con una hidra o con un dragón, que con su hija Isabel, o su nieto Alfonso; o retrocediendo en el tiempo con sus antepasados Isabel o Fernando.
Aquel hombre perverso y cruel no podía satisfacerse con matar los cuerpos; tenía que destruír a sus enemigos de un modo absoluto; para eso era un rey absoluto.
Y un tal Rafael Riego le venía tocando las narices de un modo repetido e intolerable; intolerable y repetido.
¿Qué pretendía el tal Riego? Pues sencillamente que él, Fernando el séptimo, cumpliese la ley.
La pelea ya se venía dando en un terreno ambiguo por parte del monarca; acusaba en falso al militar y político asturiano de ser republicano, una especie de Cromwell hispano.
Pero el negocio había llegado a su feliz término, feliz para el rey se entiende.
Ya tenía al pajaro en la jaula.
Podía fusilarle con toda tranquilidad.
Pero eso no le satisfacía: deseaba aniquilar también al personaje, al carácter, al alma de Riego en definitiva. Así aniquilaba el pensamiento de Riego, el espíritu constitucional, el liberalismo.
Riego contaba con muchos simpatizantes en la época; y sigue contando, ya pasados dos siglos, con seguidores entusiastas.
Pero Galdós no es uno de ellos: lo que hace al canario un buen cronista de los sucesos.
Galdós nos cuenta sobre el papel en que de su puño y letra había escrito Riego: "Asimismo publico el sentimiento que me asiste por la parte que he tenido en el Sistema llamado constitucional, en la revolución y en sus fatales consecuencias, por todo lo cual pido perdón a Dios de mis crímenes".
Y remata contándonos el final del liberal asturiano.
El 7 a las diez de la mañana le condujeron al suplicio. De seguro no ha brillado en toda nuestra historia un día más ignominioso. ……….. Creeríase al verle -a Riego- que víctima y jueces se habían confabulado para cubrir de vilipendio el último día de la libertad y hacer más negro y triste su crepúsculo. La grosería patibularia y el refinamiento en las fórmulas de degradación empleadas por los unos, parece que guardaban repugnante armonía con la abjuración del otro. ……….. Pereció como la pobre alimaña que expira chillando entre los dientes del gato.
Sería ridículo pretender que el rey actual de España pidiera perdón porque su antepasado Felipe II ordenara el asesinato de Guillermo de Orange.
Como sería absurdo pedir que Carlos de Inglaterra pidiera disculpas porque Isabel la virgen mandara cortar la cabeza de María Estuardo.
Pero podría tener sentido que un rey constitucional reconociera públicamente que los esbirros de Fernando VII representaron uno de los actos más ignominiosos e inútiles de la Historia hispana.
Al fin y al cabo las ideas de Riego están hoy establecidas en España de un modo total y absoluto.
Supondría el reconocimiento de que aquel día mataron el cuerpo de Riego, pero no su alma.